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miércoles, 10 de diciembre de 2025

213. Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).

 Alfred Stevens: elegancia, modernidad y mundo burgués en la pintura del siglo XIX

La vida del pintor belga Alfred Stevens se desarrolló a lo largo de buena parte del sorprendente siglo XIX. Desde el punto de vista artístico pudo ver y experimentar un amplio abanico de posibilidades creativas: desde los ecos finales del romanticismo hasta los inicios de cambio radical que supuso el surgimiento del impresionismo; desde el punto de vista social vivió en un mundo de constantes transformaciones debidas, muchas de ellas, al empuje y el imparable ascenso de la burguesía, a los cambios que ello supuso cara al surgimiento de nuevos espacios urbanos y, como lógica consecuencia, a los cambios -rápidos- hacia unas sensibilidades cada vez más modernas y deseosas de romper con el pasado.

Sus creaciones, profundamente vinculadas a la sociedad elegante del Segundo Imperio francés, lo convirtieron en uno de los grandes narradores visuales de la vida femenina y del refinamiento cotidiano de la época.


Alfred Émile Léopold Stevens nació en Bruselas el 11 de mayo de 1823, en el seno de una familia con profundo interés por el arte: su abuelo había sido un coleccionista de cierto renombre, su padre también fue coleccionista y mostró un verdadero interés por las obras de Géricault  y Delacroix, además de por la cultura en general. Su hermano Joseph se convertiría en un reputado pintor animalista y su hermano Arthur se convirtió en marchante de arte. No cabe duda de que esta atmósfera tan proclive al arte favoreció una educación temprana orientada hacia las Bellas Artes.


Estudió primero en la Académie de Bruxelles. Allí recibió una enseñanza sólida en dibujo académico y composición. Siendo muy joven aún, se trasladó a París que en ese momento era, indiscutiblemente, el centro del arte europeo. 
Ingresó en la École des Beaux-Arts y fue alumno de Dominique Ingres, entrando en su círculo a la vez que ingresaba como copista del Louvre como discípulo de Joseph-Nicolas Robert-Fleury


A través de estos artistas entró en contacto con los debates entre la tradición clásica, el romanticismo y un realismo incipiente que empezaba a abrirse camino. Ese cruce de múltiples influencias sería fundamental para su estilo posterior: un dibujo refinado, propio de la escuela neoclásica, que conviviría en sus obras con un profundo sentido de la vida cotidiana moderna.


Sus primeras obras reflejan un compromiso con temas sociales. 
A mediados de la década de 1850 pintaba escenas que mostraban a veteranos de guerra, enfermeras o figuras humildes, con una mirada compasiva y dentro de una tónica de realismo sobrio. 
Esta etapa demuestra que Stevens no fue solamente un pintor de elegancias femeninas y burguesas:
 mostraba también una sensibilidad atenta hacia lo que para muchos podrían ser los márgenes de la sociedad.
Alfred Stevens - 67 obras de arte - pintura



De todas formas resulta obvio que a partir de los años del Segundo Imperio (1852–1870), con la corte de Napoleón III y la emperatriz Eugenia de Montijo en pleno auge, su mirada se desplazó hacia la representación de mujeres de la alta burguesía en interiores lujosos. 

Esta elección no fue lo que se dice casual: París vivía un periodo de esplendor material y renovación urbana total bajo el barón Haussmann, y la alta burguesía cultivaba un estilo de vida en donde la moda, la decoración y el consumo cultural adquirían un protagonismo inédito hasta esos momentos. Stevens supo captar ese ambiente como nadie y fue clave para su éxito en su momento (aunque hoy en día nos resulte un poco pasado de moda).





Probablemente, lo que distingue a Stevens es la sutileza psicológica con la que representa a la gran mayoría de sus modelos femeninas. No suelen ser simples figuras decorativas que lucen brillantes atuendos ya que en sus cuadros se pueden adivinar estados de ánimo, dudas, expectativas. Como en tradiciones pasadas (ver pinturas barrocas y rococó o incluso Vermeer) nos muestra a mujeres que aparecen leyendo, esperando una carta, pensando en silencio o, simplemente, saliendo de casa, probándose un vestido o recibiendo una visita pero trasluciendo emociones, intenciones. Stevens capturó la intimidad casi en grado literario, influido como no podía ser menos por la novela realista que triunfaba en la época.

Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).

Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).

Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).

A lo dicho anteriormente, se suma su maestría en los interiores burgueses, tema que desarrollaron también con mucho talento sus colegas de diferentes estilos y escuelas. Sus escenarios —alfombras orientales, biombos japoneses, muebles lacados, porcelanas— revelan el gusto por el japonismo, que invadió París tras la apertura comercial con Japón en 1854. Stevens fue uno de sus primeros grandes intérpretes, incorporando abanicos, kimonos y estampas niponas en composiciones que dialogaban con la moda internacional.

Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).




Su estilo, aunque sólido y académico en el dibujo, se volvió con el paso del tiempo cada vez más luminoso y suelto. Especialmente a partir de 1870, cuando los contactos con Manet y los impresionistas introdujeron en su obra un aire más vibrante y una pincelada más ligera. 
No llegó a ser un impresionista, pero su pintura se volvió más abierta, más moderna, y su manejo de la luz en interiores se acercó a la sensibilidad del momento.




Stevens participó desde muy joven en el Salón de París y obtuvo en diversos momentos medallas y distinciones. Su éxito fue rápido y sostenido ya que coleccionistas privados y figuras destacadas de la sociedad adquirían sus obras, consolidando su reputación como pintor de la vida moderna.

Una playa en Normandía. Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).

Entre 1867 y 1868 alcanzó un reconocimiento especial: durante la Exposición Universal de 1867 recibió la Medalla de Oro, un logro que lo situó entre los grandes nombres de la escuela francesa. Aunque belga de nacimiento, Stevens estaba completamente integrado en el ambiente cultural parisino y mantenía amistades con pintores como Manet, Degas, Fantin-Latour o Whistler, así como con escritores y críticos influyentes.



La guerra de 1870–1871, franco-prusiana, causó un verdadero shock en toda Francia. 
El Segundo Imperio desapareció y los prusianos coronaron a su emperador en París y fundaron el Imperio Alemán. Entre otras muchas y gravosas consecuencias Francia perdió buena parte de las provincias de Alsacia y Lorena. 
Evidentemente, unos acontecimientos de esta magnitud trastocaron la vida parisina y también la de Stevens. Aunque no perdió su prestigio, el ambiente artístico cambió profundamente: el Segundo Imperio cayó, la burguesía replanteó su lugar, y surgieron nuevas sensibilidades estéticas más audaces.

En años posteriores, Stevens publicó un curioso libro titulado Impression sur la peinture (1886), una mezcla de reflexión y conversación artística, donde defendía la importancia de ver y sentir el mundo moderno con ojos atentos, casi “impresionistas”. Su pensamiento revela a un artista permeable a lo nuevo y dispuesto a dialogar con la evolución del arte sin renunciar a su idioma pictórico.



Durante su madurez fue profesor y mentor de numerosos jóvenes pintores, especialmente mujeres, que encontraban en él un maestro sensible a la representación del mundo femenino. Además, viajó regularmente a la costa del norte de Francia para retratar escenas de playa, donde una pincelada más libre y luminosa anunciaba el tono atmosférico del cambio de siglo.

Alfred Stevens (Bruselas, 1823- París, 1906).

En sus últimos años, su prestigio se mantuvo alto, aunque la irrupción de los nuevos movimientos de vanguardia —el simbolismo, el fauvismo, el expresionismo temprano— desplazaron naturalmente su estilo hacia una posición más clásica. Falleció en París en 1906, rodeado del respeto de sus contemporáneos y dejando tras de sí una obra elegante, penetrante y representativa de toda una forma de vivir el siglo XIX.





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