Elizabeth Blackwell (de soltera Blackrie) fue una ilustradora escocesa nacida en los primeros años del siglo XVIII (no hay certeza sobre el año exacto).
Alcanzó gran fama en su vida por ser la autora de las láminas de A curius herbal (1737-1739), un libro que recogía, entre otras, muchas plantas desconocidas del continente americano y que se convirtió en obra de consulta obligada para botánicos y también para médicos porque incluía numerosas plantas medicinales: Una impresionante publicación que unía arte y ciencia.
Elizabeth nació en el seno de una familia de comerciantes de Aberdeen, Escocia. Recibió una educación centrada en las artes. Siendo muy joven se casó en secreto con un primo suyo, Alexander Blackwell. Médico de profesión, parece ser que sus cualidades y sus calificaciones fueron cuestionadas y para evitar que el asunto pasase a mayores la pareja decidió trasladarse a Londres.
Una vez instalados en la capital, Alexander intentó dar un giro en su carrera y entabló relación con un editor con el que decidió asociarse. El de la imprenta era un negocio bastante complicado en el siglo XVIII ya que estaba totalmente vinculado a la difusión de ideas y por eso mismo era controlado al milímetro por las autoridades. Blackwell se vio de nuevo envuelto en problemas por diversas causas, entre ellas algunas denuncias del gremio de impresores. No le quedó otra que cerrar su negocio y, para colmo -los males nunca vienen solos- una sucesión de multas y deudas hicieron que acabase con sus huesos en la cárcel.
El encarcelamiento de su marido hizo que Elizabeth pasase de una amable vida de dama burguesa, dedicada a su marido y a su hijo, a tener que tomar las riendas de la economía familiar y buscar algún tipo de ingresos con los que sobrevivir y pagar las deudas.
Llegó a sus oídos que alguien en la ciudad quería publicar una farmacopea (libro de recetas y recursos salutíferos) y se animó a ofrecer sus capacidades como ilustradora. Al principio colaboró en la tarea con su marido; ella dibujaba y pintaba y el ponía los nombres botánicos en distintas lenguas (generalmente en latín, griego y alemán), pero la formula no acabó de funcionar y Elizabeth recurrió a Isaac Rand, botánico, boticario, profesor y director del Botánico de Chelsea, además de miembro fundador de la Sociedad de Boticarios.
La experiencia y asesoramiento de Rand fue esencial para que Elizabeth pudiese ver las plantas en vivo y así dibujarlas mejor. Asimismo, animada y asesorada por Rand, se lanzó a trabajar en solitario encargándose de todos los aspectos de la ilustración y de su publicación. Además de los dibujos, Elizabeth grababa las planchas de cobre de las 500 ilustraciones (de 25 cm de ancho por 37 cm de largo) y las coloreaba después.
Todos sus dibujos están recopilados en A curious herbal, un libro que ya fue reconocido en su época como una obra excelente, tanto por la calidad y precisión de sus imágenes como por sus descripciones botánicas. El dinero obtenido con la publicación de tan magna obra sirvió para que Elizabeth rescatase a su marido de la cárcel, pero éste debía ser bastante cenizo y negado para la vida de negocios porque enseguida volvieron a tener deudas y se vieron obligados a vender parte de los derechos de autor de A curious herbal y a emigrar a Suecia. Allí, Alexander, a causa de no sé qué intrigas políticas, perdió -literalmente- la cabeza, en 1747.
Elizabeth no volvió a imprimir ni a realizar ninguna obra más.
Murió, tristemente, en el olvido.
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