Pintor, poeta y dramaturgo queer, fascista y filonazi. Utilizó el seudónimo de Elisarion en la mayoría de sus escritos.
Elisàr von Kupffer -nacido Ilja Viktorovitj von
Kupffer el 20 de febrero de 1872 en Kovno (entonces Imperio ruso)- fue lo que se dice un
personaje atípico.
Pintor, escritor
y pensador místico su vida osciló entre el idealismo estético, la búsqueda
espiritual y ciertas posiciones políticas y culturales extremadamente
conservadoras que, en los años treinta, lo llevaron a simpatizar con tesis
fascistas e, incluso, con el régimen de Hitler.
Ciertamente, fue una figura compleja y muy
contradictoria:
Hoy es
apreciado, a pesar de todo, en algunos círculos, como un pionero de la representación
homo-erótica masculina y un proto-queer.
Von Kupffer con su compañero el historiador Eduard von Mayer.
Kupffer, proveniente de la nobleza báltico-germana, creció
en un ambiente multilingüe y culto. Su infancia en Kovno —una ciudad marcada
por tensiones nacionales y religiosas— le proporcionó un contacto prematuro con
la complejidad cultural europea. A comienzos de los años 1880 su familia se
trasladó a territorios alemanes, donde recibió una educación clásica que moldeó su gusto por el helenismo, la
mitología y la idealización del cuerpo humano.
Precoz, muy pronto mostró talento para las artes y las
letras. Estudió en San Petersburgo y Berlín, pero más que un alumno académico
fue un autodidacta refinado que absorbió influencias del simbolismo, del
neorromanticismo alemán y de lo que podríamos llamar estética mediterránea. En
la década de 1890 adoptó el nombre “Elisàr”, que le parecía más acorde
con su vocación espiritual y artística.
En 1891 conoció a Eduard von Mayer, un encuentro que resulto ser decisivo, fundamental, en la vida de Von Kupffer. Mayer, un intelectual místico y reflexivo, se convirtió en su compañero de vida y de pensamiento.
Juntos elaboraron una filosofía personal llamada Klarismus (“clarismo”), una especie de religión estética basada en la búsqueda de la luz interior, la armonía moral y la belleza como expresión de elevación espiritual. El Klarismus no fue tanto un movimiento organizado como, más bien, una cosmovisión íntima y bastante autorreferencial: hay un rechazo a la modernidad fragmentaria, una fe en un orden superior, una manifiesta idealización de la juventud y del cuerpo masculino como símbolo de pureza… Esta filosofía, con su toque arcádico, sería la fuente de inspiración de toda su obra pictórica.
A partir de 1912, Kupffer y Mayer iniciaron un periplo viajero en el que se establecieron sucesivamente en Florencia, Capri y, finalmente, en Suiza. Italia (al igual que entre otros muchos artistas norteños) tuvo un impacto inmenso en su arte: su potente luz, la sensualidad del paisaje y la continuidad histórica entre lo clásico y lo contemporáneo le permitieron desarrollar un estilo caracterizado por: Desnudos masculinos idealizados, calmados y luminosos; una paleta de tonos claros y vibrantes, casi solar, que evocaba serenidad y plenitud; escenas arcádicas y ensoñadoras, repletas de bañistas, jóvenes héroes, divinidades menores y alegorías de diverso tipo; composiciones equilibradas, ajenas a la tensión y al drama.
En plena era
de vanguardias rompedoras, Kupffer decidió seguir un camino intensamente propio, totalmente ajeno a los ismos
de moda. Fue un tipo que rechazaba tanto el “ruido” de las vanguardias en voga como la rigideces del academicismo tradicional. Quería —literalmente— pintar un mundo luminoso que no existía.
Entre los años 1920 y 1930, ya instalados en Minusio (Suiza), Kupffer y Mayer dieron vida a su proyecto más ambicioso: el Sanctuarium Artis Elisarion. Más que un museo, era un espacio espiritual y artístico dedicado al Klarismus, con salas de lectura, espacios de meditación y, en el centro, un enorme ciclo pictórico circular titulado “Klarwelt der Seligen” (“El mundo claro de los bienaventurados”).
Esta obra, una suerte de “cosmos pictórico”, rodeaba al espectador con escenas paradisíacas y
figuras jóvenes en estado de perfección armoniosa. Era, en cierto modo, la
Arcadia final de Elisàr, la culminación de una vida consagrada a la
creación de una belleza que él consideraba redentora.
Aunque, aparentemente, su arte era apolítico, los años 1930 revelaron en Kupffer facetas
ideológicas oscuras, documentadas hoy con claridad gracias a cartas privadas y
anotaciones personales. La imagen edulcorada que durante décadas se
construyó de él ha sido corregida por la investigación más reciente.
Kupffer pertenecía a una generación aristocrática desencantada con la modernidad, que veía en la República de Weimar un periodo de caos moral, decadencia cultural y desorden social.
Su rechazo visceral a muchas formas de arte moderno -que consideraba realmente feo e, incluso, destructivo y deshumanizado- lo llevó a asociarlo (como pasó de hecho con otros conservadores de su tiempo) con “influencias” que él interpretaba como extranjeras o desestabilizadoras. En diversas cartas y reflexiones escritas, Kupffer expresó ideas antisemitas hoy inaceptables para la gran mayoría social: acusaba a la crítica liberal y a las vanguardias de ser vehículos de “desorden cultural” (cosa que, en parte, podría ser cierta en ese momento) y hablaba de una supuesta Verjudung (“judaización”) del arte alemán (que no sé exactamente en que podía traducirse ni detectarse). No fue un ideólogo nazi ni un militante, pero compartió prejuicios culturales y raciales comunes en ciertos círculos germanófilos conservadores de comienzos del siglo XX.
Con la llegada del nacionalsocialismo al poder, Kupffer escribió varias cartas mostrando entusiasmo por Hitler y su “renacimiento alemán”. Aunque hoy nos resulta una figura terriblemente patética y destructora, el führer, ejerció verdadera fascinación de millones de sus contemporáneos y Von Kupffer no fue la excepción: Veía en él una figura fuerte que restauraba el orden y la moral -según su personal perspectiva-, y creyó que el nuevo régimen armonizaba con la búsqueda espiritual del Klarismus. Desde Suiza, y a través de fuentes selectivas, interpretó el régimen como un movimiento de regeneración y purificación cultural, sin comprender (o sin querer ver) su violencia y su maquinaria represiva.
Como es fácil de comprender, el nazismo, en realidad, jamás adoptó a Kupffer,
porque su obra homoerótica, espiritualista y soñadora era incompatible con la
moral sexual y el esteticismo muscular que imperaba en la imaginería del régimen. Fue, digamos, una simpatía
unidireccional.
En sus últimos años, Kupffer vivió una existencia retirada y tranquila en Minusio (Suiza), dedicado a su Sanctuarium y cada vez más alejado de los movimientos culturales contemporáneos. Murió el 31 de octubre de 1942.
Su compañero Mayer custodió su legado hasta 1960, tratando de preservar la
memoria luminosa del artista y ocultando y destruyendo, en parte, sus sombras ideológicas.
Tras su muerte, la obra de Kupffer cayó en un relativo silencio. Su carácter homoerótico dificultaba su exposición pública, y su estética utópica parecía anacrónica en la posguerra. Además, durante décadas, muchos estudiosos minimizaron o silenciaron sus simpatías políticas para salvaguardar su relevancia dentro de la cultura queer europea. A fines del siglo XX y comienzos del XXI, historiadores del arte y especialistas en cultura homosexual rescataron su figura y ha comenzado una prudente revalorización.
Bajo el Signo de Libra: Elisar von Kupffer
Elisar von Kupffer - Repubblica e Cantone Ticino

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